Corría 1997... Por estos días, precisamente. Me habían invitado a cubrir una plaza en cierto colegio fascista de la ciudad. Mis materias asignadas en bachillerato: Psicología, Filosofía, Taller de Comunicación y Mercadotecnia. Como yo ya sabía que esa institución se caracterizaba por castrar a los chavos con mocherías, me la llevé tranquilo, muy a la espectativa, sin ir más allá para no intimar, sin embargo, mi estilo se contagió en el ámino de los chavos y terminamos realmente haciendo buena mancuerna educativa.
Un día fui requerido a la oficina del ingeniero, un acomplejado gato con nombramiento y éste me explicó lo siguiente:
"Mire, Licenciado... Perdón, señor estudiante (remarcando esa condición, obvio); en esta escuela, como se habrá dado cuenta somos muy... como dicen, muy mochos. Y usted les habló a los alumnos de cosas que no están bien: por ejemplo, que vean las noticias para discutir en clase, que se formen un criterio aunque sea malo pero propio, eso no, eso no, profesor, por favor, nada de concepciones kantianas sobre Dios, deje eso a un lado, aquí somos muy mochos, no hable de eso, ya me alborotó al gallinero, profesor, ya me dejó a los perros ladrando, a los animalitos muy tensos... Eso, profesor, eso... vea usted a los alumnos como eso... como animalitos, deles preguntas y respuestas y las sortea en el examen, no los ponga a ver noticias ni a leer periódicos, son como unos animalitos que hay que darles todo resumidito y en la boca, profesor, por favor... que tenga buenas tardes..."
Y me señaló la salida.
Así como están, lectores, así me quedé, como pendinútil. Sorprendido como para vomitar del asco. Me dediqué a ir esas veintitantas horas a la semana (todas mal acomodadas que me hacían perder todo el día) por cumplir con los alumnos, ya con ese ingenierillo qué carajos. Todo iba bien, sólo que llegó el día final del semestre y los alumnos habían apartado ese día, dos horas, para ver una película de relax de fin de curso. Ellos la escogieron, fue Soldados de Dios. Como a la mitad de la película comencé a clarificar una visión sobre mi futuro inmediato como desempleado y como hacía años una navidad de la mierda sin lana. Así fue. "A la directora casi le da un infarto, profesor, no creo que lo quiera aquí el semestre que viene", me dijo el petrimetillo ingenierillo puñeta, pero eso sí, con un gusto fulminante que le hacía saborear cada palabra y hacerse grande a pesar de su chaparrez física y emocional.
Me quedo con el sabor del trabajo bien hecho, tan influencia salí que me encontré gratamente a tres alumnos de esos grupos de bachillerato más adelante en la carrera... la que yo estudié, donde yo estudié cuando di clase ahí también; y a un cuarto exalumno, quien hasta era compañero de trabajo en un noticiario. Ahora son excelentes profesionistas. Hace una década, por estos días.
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